Yo era uno
de esos que iba por las aguas del mundo,
pescando lo primero que encontrara para
sobrevivir, sin detenerme a pensar o contemplar nada.
Una buena
mañana un viento tempestuoso, llamado soberbia me llevo a encallar en una
pequeña isla, la cual estaba rodeada por un mar desconocido para mí; el color
de sus aguas eran tan cristalinas y limpias que se podía ver el fondo marino sin
esfuerzo alguno, así como el carnaval multicolor de peces.
Decidí descansar
en la isla para reponer fuerzas, provisiones y agua, quería tumbare debajo de una palmera a descansar, vaya que lo
necesitaba. Repuse mis provisiones de inmediato, puesto que en la pequeña isla había una especie de
paraíso idílico, donde sólo había que estirar un poco la mano para coger un
mango, por lo que comí hasta saciarme para luego tumbarme debajo de la palera a
dormir. No paso mucho tiempo cuando la voz de un hombre me hizo levantarme de
salto.
El hombre
que me había despertado era de aspecto amable, dulce, sincero, de esos que al
verlos a los ojos puedes ver su alma por la limpia que es, este humilde hombre
de ropas sencillas se presentó como un carpintero que vivía en esa islita y
necesitaba ir a un puerto lejano que casualmente era mi siguiente destino. Además
se ofreció a reparar mi barca sin pedirme algo a cambio, lo cual me pareció hipócrita,
ya que me había mencionado que necesitaba salir de la isla, lo miré con suspicacia.
Todo me pareció
raro, y desconfié, no podía montar a un
desconocido en mi barca sólo porque parece bueno y se ofreció a reparar los
daños en la cubierta de la barca; aunque su voz era dulce y tierna, podía haber
malas intenciones en él, pero recordé que había comido y cogido variedad de frutas que seguramente le pertenecían, por
lo que sentí vergüenza y accedí a llevarlo. Sin perder el tiempo reparo mi
barca con diligencia, mientras lo hacía cantaba con alegría, entonces me dijo
que la alegría hace milagros.
Con la
barca lista, emprendimos la travesía. El carpintero se puso entonces a hablarme
desde que zarpamos de la isla, los temas
que abordaba eran cosas que jamás había oído, como es la importancia del amor
en la vida de las personas, el amor según éste hombre es el elemento
transformador y catalizador de la vida de los seres humanos, sin amor según él
no podemos existir. Estas palabras me causaban más confusión porque no sabía
que era el existir, él me dijo que no era algo de saber sino de sentir, eso me
confundió aún más.
Con el paso
de los días, yo me sentía más perdido en los temas y conversaciones que
planteaba al hombre, por lo que deje de oírlo y me limité a mi faena, la cual
no andaba nada bien, eso me generaba tanta ansiedad y desesperación, sin los peces no habría comida o paga. Una
tarde donde no había pescado nada de la rabia lancé lejos las redes y me senté
frustrado a no hacer nada, el carpintero me vio y preguntó sobre lo que me
pasaba, de mala gana le conté, él sólo me pregunto si tenía la esperanza de que
pudiera pescar algo, le dije que no, entonces me preguntó si tenía fe en que
Dios haría un milagro, le dije que no, que esas cosas no funcionan, él se rio,
tomó mis redes y las echo al mar, y en menos de un minuto me pidió ayuda para
sacar la red, que estaba a rebosar de peces, mis ojos quedaron como plato por
lo que le pregunté su truco, me dijo creer que las cosas pueden ser mejores y que
Dios es un Dios de milagros.
Ese día
marcó un antes y después en mi relación con el carpintero, puesto que yo quería saber qué es eso de tener fe o
esperanza, con palabras sencillas, pero profundas me fue enseñando, esas
palabras iban llegando a mi corazón, el cual estaba salada y curtido no por el
mar, sino por la falta de amor, de fe y de esperanza.
Algo que
llamaba mi tención de la conducta de este hombre, era esa paz, así lo llamaba
él, paz, que no es más que el sentiré liberado de ansiedades, temores,
desconfianza, duda, rabia, resentimiento y del odio. Este último era el mayor
enemigo del carpintero, el cual corría todo como el óxido al hierro, por ello
había que recubrir nuestro corazón con varias capas de amor, paciencia y
tolerancia. Pero ¿cómo tener tolerancia o paciencia? S le pregunté, simple, me
dijo sonriendo, con amor.
Me sentía
como un chiquillo que regresaba a su primera lección de lectura, no había
aprendido nada ese momento, de nuevo él se volvió hacia mí, con suaves palabras
me dijo, “nunca se deja de aprender”. Dos lecciones en una, humildad, otra de
sus palabras favoritas.
El
carpintero me decía que era un buen alumno, porque era constante, perseverante
y dispuesto a aprender, eso es lo que quiere un maestro de sus estudiantes, no
importa que se equivoquen o fallen, porque ninguno es perfecto. Esto me
consolaba y confortaba, pero sin aún no
había recibido la mejor lección de él.
Una mañana,
los vientos empezaron a soplar con la fuerza de un tifón, mi pequeña barca se
estremeció como nunca, las velas se agitaron tanto como el mar que nos arrastró
a aguas que no conocía, allí más turbulencia y lluvia no cubrieron por
completo, yo sentí terror como nunca, el miedo me paralizó y solté el timón por
lo que estuvimos a la deriva, cerré mis ojos por cobardía, no quería ver los
ojos dela muerte.
De pronto
siento como los movimientos dejan de ser erráticos, abrí los ojos con
dificultad, allí estaba el hombre con timón en mano y rostro afable, gastando
todas sus fuerzas en mantener un curso para no dejarnos engullir por la
tormenta. Para mi sorpresa ver su tranquilidad
me confortó profundamente, regocijando hasta el rincón más profundo de mi
corazón. Volví a cerrar mis ojos, pero esta vez por el alivio de saber que este
hombre nos estaba sacando de las fauces de la tormenta. Tras un rato la suave
lluvia acarició mi rostro, al incorporarme lo vi sentado mirando con ojos
maravillados al mar, su majestuosidad luego de una tormenta y como se funde con el cielo en la línea del
horizonte, la lluvia parecía que le refrescaba el rostro, así me sentía yo,
refrescado, lavado, nuevo, se le comenté, él sólo me dijo que tras una tormenta
de esas dimensiones podíamos hacer dos cosas, dejarnos vencer o aprovecharla
como una oportunidad para renovar y limpiar.
Él me
mostró cómo vencer al miedo cómo renovarme tras la tempestad y luego a
contemplar lo bello de lo que nos rodea, con ojos humildes y abiertos ante la
belleza de Dios y su obra, así como lo que su obra talla en el preciosos mármol
donde el Señor los ha creado, eso me lo dijo en referencia a lo bello de un
nacimiento, lo deslumbrante de la sonrisa de un niño, los cabellos grises de
sabiduría y experiencia de un anciano, la pintura de un paisaje, la canción de
amor o el poema de nómada. Él podía ver lo bello y bueno en todo, así lo había visto en mí
antes de que si quiera yo supiera que había eso en mí, pero ahora gracias a él
ya estaba enterado, por lo que una noche vino a mí para despedirse. Yo no lo
podía creer, me sentía abandonado y desnudo, pero él me dijo que seguiría allí
conmigo porque yo ahora vivía en él y él en mí, como siempre quedé más
confundido que nunca. Lo último que me dijo antes de dejar mi barca fue que
continuase aprendiendo y utilizando en mi viaje todo lo aprendido con él, le
dije que me dejaba triaste el decirle adiós, pero esto no es un adiós, porque
yo te aseguro que al final de tu viaje te estaré esperando en el muelle.
Él no sólo
reparo mi barca, sino mi vida, una noche dejo mi bote, pero no mi corazón. Un buen día cuando por fin tras muchos años de
navegar por los mares y siguiendo las enseñanzas del carpintero pude por fin
llegar a ese muelle, donde estaba él con sus brazos abiertos esperándome. Fin.
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