lunes, 13 de abril de 2015

El Carpintero y yo

Yo era uno de esos que  iba por las aguas del mundo, pescando lo primero que encontrara para  sobrevivir, sin detenerme a pensar o contemplar nada.
Una buena mañana un viento tempestuoso, llamado soberbia me llevo a encallar en una pequeña isla, la cual estaba rodeada por un mar desconocido para mí; el color de sus aguas eran tan cristalinas y limpias que se podía ver el fondo marino sin esfuerzo alguno, así como el carnaval multicolor de peces.
Decidí descansar en la isla para reponer fuerzas, provisiones y agua, quería tumbare  debajo  de una palmera a descansar, vaya que lo necesitaba. Repuse mis provisiones de inmediato, puesto que  en la pequeña isla había una especie de paraíso idílico, donde sólo había que estirar un poco la mano para coger un mango, por lo que comí hasta saciarme para luego tumbarme debajo de la palera a dormir. No paso mucho tiempo cuando la voz de un hombre me hizo levantarme de salto.
El hombre que me había despertado era de aspecto amable, dulce, sincero, de esos que al verlos a los ojos puedes ver su alma por la limpia que es, este humilde hombre de ropas sencillas se presentó como un carpintero que vivía en esa islita y necesitaba ir a un puerto lejano que casualmente era mi siguiente destino. Además se ofreció a reparar mi barca sin pedirme algo a cambio, lo cual me pareció hipócrita, ya que me había mencionado que necesitaba salir de la isla, lo miré con suspicacia.
Todo me pareció raro, y desconfié,  no podía montar a un desconocido en mi barca sólo porque parece bueno y se ofreció a reparar los daños en la cubierta de la barca; aunque su voz era dulce y tierna, podía haber malas intenciones en él, pero recordé que había comido y cogido variedad  de frutas que seguramente le pertenecían, por lo que sentí vergüenza y accedí a llevarlo. Sin perder el tiempo reparo mi barca con diligencia, mientras lo hacía cantaba con alegría, entonces me dijo que la alegría hace milagros.  
Con la barca lista, emprendimos la travesía. El carpintero se puso entonces a hablarme desde que zarpamos de la isla,  los temas que abordaba eran cosas que jamás había oído, como es la importancia del amor en la vida de las personas, el amor según éste hombre es el elemento transformador y catalizador de la vida de los seres humanos, sin amor según él no podemos existir. Estas palabras me causaban más confusión porque no sabía que era el existir, él me dijo que no era algo de saber sino de sentir, eso me confundió aún más.
Con el paso de los días, yo me sentía más perdido en los temas y conversaciones que planteaba al hombre, por lo que deje de oírlo y me limité a mi faena, la cual no andaba nada bien, eso me generaba tanta ansiedad y desesperación,  sin los peces no habría comida o paga. Una tarde donde no había pescado nada de la rabia lancé lejos las redes y me senté frustrado a no hacer nada, el carpintero me vio y preguntó sobre lo que me pasaba, de mala gana le conté, él sólo me pregunto si tenía la esperanza de que pudiera pescar algo, le dije que no, entonces me preguntó si tenía fe en que Dios haría un milagro, le dije que no, que esas cosas no funcionan, él se rio, tomó mis redes y las echo al mar, y en menos de un minuto me pidió ayuda para sacar la red, que estaba a rebosar de peces, mis ojos quedaron como plato por lo que le pregunté su truco, me dijo creer que las cosas pueden ser mejores y que Dios es un Dios de milagros.
  Ese día marcó un antes y después en mi relación con el carpintero, puesto que  yo quería saber qué es eso de tener fe o esperanza, con palabras sencillas, pero profundas me fue enseñando, esas palabras iban llegando a mi corazón, el cual estaba salada y curtido no por el mar, sino por la falta de amor, de fe y de esperanza.
Algo que llamaba mi tención de la conducta de este hombre, era esa paz, así lo llamaba él, paz, que no es más que el sentiré liberado de ansiedades, temores, desconfianza, duda, rabia, resentimiento y del odio. Este último era el mayor enemigo del carpintero, el cual corría todo como el óxido al hierro, por ello había que recubrir nuestro corazón con varias capas de amor, paciencia y tolerancia. Pero ¿cómo tener tolerancia o paciencia? S le pregunté, simple, me dijo sonriendo, con amor.
Me sentía como un chiquillo que regresaba a su primera lección de lectura, no había aprendido nada ese momento, de nuevo él se volvió hacia mí, con suaves palabras me dijo, “nunca se deja de aprender”. Dos lecciones en una, humildad, otra de sus palabras favoritas.
El carpintero me decía que era un buen alumno, porque era constante, perseverante y dispuesto a aprender, eso es lo que quiere un maestro de sus estudiantes, no importa que se equivoquen o fallen, porque ninguno es perfecto. Esto me consolaba y confortaba, pero sin  aún no había recibido la mejor lección de él.
Una mañana, los vientos empezaron a soplar con la fuerza de un tifón, mi pequeña barca se estremeció como nunca, las velas se agitaron tanto como el mar que nos arrastró a aguas que no conocía, allí más turbulencia y lluvia no cubrieron por completo, yo sentí terror como nunca, el miedo me paralizó y solté el timón por lo que estuvimos a la deriva, cerré mis ojos por cobardía, no quería ver los ojos dela muerte.
De pronto siento como los movimientos dejan de ser erráticos, abrí los ojos con dificultad, allí estaba el hombre con timón en mano y rostro afable, gastando todas sus fuerzas en mantener un curso para no dejarnos engullir por la tormenta. Para mi sorpresa ver su tranquilidad  me confortó profundamente, regocijando hasta el rincón más profundo de mi corazón. Volví a cerrar mis ojos, pero esta vez por el alivio de saber que este hombre nos estaba sacando de las fauces de la tormenta. Tras un rato la suave lluvia acarició mi rostro, al incorporarme lo vi sentado mirando con ojos maravillados al mar, su majestuosidad luego de una tormenta  y como se funde con el cielo en la línea del horizonte, la lluvia parecía que le refrescaba el rostro, así me sentía yo, refrescado, lavado, nuevo, se le comenté, él sólo me dijo que tras una tormenta de esas dimensiones podíamos hacer dos cosas, dejarnos vencer o aprovecharla como una oportunidad para renovar y limpiar.
Él me mostró cómo vencer al miedo cómo renovarme tras la tempestad y luego a contemplar lo bello de lo que nos rodea, con ojos humildes y abiertos ante la belleza de Dios y su obra, así como lo que su obra talla en el preciosos mármol donde el Señor los ha creado, eso me lo dijo en referencia a lo bello de un nacimiento, lo deslumbrante de la sonrisa de un niño, los cabellos grises de sabiduría y experiencia de un anciano, la pintura de un paisaje, la canción de amor o el poema de nómada. Él podía ver lo bello  y bueno en todo, así lo había visto en mí antes de que si quiera yo supiera que había eso en mí, pero ahora gracias a él ya estaba enterado, por lo que una noche vino a mí para despedirse. Yo no lo podía creer, me sentía abandonado y desnudo, pero él me dijo que seguiría allí conmigo porque yo ahora vivía en él y él en mí, como siempre quedé más confundido que nunca. Lo último que me dijo antes de dejar mi barca fue que continuase aprendiendo y utilizando en mi viaje todo lo aprendido con él, le dije que me dejaba triaste el decirle adiós, pero esto no es un adiós, porque yo te aseguro que al final de tu viaje te estaré esperando en el muelle.
Él no sólo reparo mi barca, sino mi vida, una noche dejo mi bote, pero no mi corazón.  Un buen día cuando por fin tras muchos años de navegar por los mares y siguiendo las enseñanzas del carpintero pude por fin llegar a ese muelle, donde estaba él con sus brazos abiertos esperándome. Fin.

sábado, 11 de abril de 2015

El Gueto


            Esta semana he vivido unos cuantos de episodios que me han llevado a una reflexión total y profunda sobre lo que acontece en nuestro país, todo en el marco de la Cumbre de las Américas y el Cadivazo o “Viernes rojo”, la agitación en la calle, la escasez y pare de contar.
            No quiero entrar en los detalles escabrosos de los episodios que viví, sólo les diré que los mismos fueron acontecidos en los Tribunales de la ciudad donde vivo, la sede del Poder Judicial, el cual por artículo constitucional tiene que ser imparcial, así como no tener filiación política, pero las imágenes de vivo color y gigantescas de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, así como la vehemente defensa de uno de un servidor público del Poder Judicial,  quién muy amablemente entablo un pequeño debate  sobre el porqué de las imágenes así. Esto ocurrió el lunes, el miércoles hubo otro incidente, el jueves también y finalmente el viernes, lo cual me hizo sentirme realmente desolada y devastada, puesto bajo el criterio de mi humilde lógica, no entiendo el porqué de las imágenes, de la idolatría a un hombre,  la defensa acérrima de un gobierno que ha llevado a la quiebra y destrucción del país, pero lo que me ocasionó más estupor fue la decidía e indiferencia de las personas que se encontraban en esos momentos, ellos que también padecen, sufren, se quejan por lo que ocurre en el país, guardaron silencio, ocultaron sus rostros o simplemente se hicieron los locos, como decimos aquí.
            Con todo ese ajuar de vivencias,  a cuestas  me puse a meditar, de lo que puedo concluir que lo primero fu el sentirme como una judía en la Alemania o territorios controlados por los nazis durante las ocupaciones de la Segunda Guerra Mundial, cada día que pasa, cada Gaceta que publican, siento que las personas que no nos arrodillamos a la matriz de opinión oficialista somos más y más excluidos y obligados a marcharnos del país o vivir en “el gueto” que ha creado la revolución.
            Si vivimos en un gueto que no tiene nada que envidiarle al Gueto de Varsovia, parece algo  muy alejado de nuestra realidad caribeña y del siglo XXI, pero definitivamente estos territorios se adaptaron y trasladaron hasta Sudamérica.  Sin embargo quiero hacer notar que a diferencia de los viejos modelos las murallas de ladrillo del nuestro la están haciendo bajo parámetros legales y delante de toda la comunidad internacional, quienes indolentes complacidos por las cuotas de petróleo nacional que llegan a sus países.
            En la calle puedo oír como muchos compatriotas se resignan a la situación simplemente porque algunos no han perdido pequeños beneficios. Otros esperan que alguna nación extranjera le ponga freno a la vorágines del Estado. Tal cual como lo hicieron muchos judíos quienes se dieron cuenta de lo terrible que vivirián y de lo que les aguardaba sólo cuando fueron desplazados a los campos de exterminio al este de Europa. Los rojos no necesitan las duchas para deshacerse de los indeseables, simplemente con la inseguridad y la crisis económica le basta, puesto miles son asesinados, mientras que otros miles se marchan como pueden al extranjero.
            Las redes sociales, uno de los pocos espacios de opinión próximamente serán controladas, ese miedo que ahora tienen muchos a hablar o a expresarse delante de un  revolucionario o “patriota cooperante” se va a trasladar seguramente al Internet.
            Queridos lectores esta no es una carta de desesperanza o de derrota al contrario es una reflexión acerca de lo que vivimos cada día y de nuestro papel en la construcción o no de ese muro, donde muchos murieron tratando de cruzarlo, por lo que les invito a meditarlo y compartirlo con sus amigos y familiares, si quieren conmigo también, se los agradecería.

El “Club de Costura” de Hollywood: un refugio secreto para mujeres queer

Durante la Época de Oro de Hollywood (1910–1969), un grupo íntimo y discreto de actrices, guionistas y directoras formó lo que hoy conocem...